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el oficio de vivir

Vacaciones

Vacaciones

Primer día de vacaciones. Me levanto a las once y está nublado. Mucho mejor. Me pongo In the wee Small hours de Frank Sinatra y un café con leche. Pienso pasarme el día mirando por la ventana. Estilo que tiene uno.

PESSOA

La visión parcial de un hombe son tres hombres.

No existe un dios cierto, sino esta mano
temblorosa creando el horror de conocer
que soy incognoscible.

Rayuela

Después de darle muchas vueltas, he decidido empezar mi andadura en este blog hablando de un libro. Antes de nada debo decir que cualquier intento de aproximación a una obra literaria que haga desde esta página va a estar exento de cualquier rigor filológico (ni ganas que tiene uno), es más, va a estar exento por completo de cualquier tipo de rigor. Voy a escribir lo que me salga de y como me salga de.

Dichas estas palabras que me habrán hecho perder ya unos cuantos cientos de lectores potenciales para esta página (unos por hablar de libros, los otros por no ser rigurosamente filológico o por usar un lenguaje soez y vulgar), voy a comenzar de una vez. El libro del que quiero hablarte, hipócrita lector, es Rayuela, un libro que si alguna vez tuviera que hacer una lista top-ranking de mis libros favoritos quedaría por lo menos el siete.

Y no es tontería si digo que éste es uno de los libros que me ha marcado: servidor pasó horas y horas en la prehistórica época del Napster buscando las canciones de Ella Fitzerald, Louis Amstrong, Duke Ellington, etc. que aparecían citadas en unos capítulos que eran un impresionante homenaje al jazz orquestal de antes del bebop (luego, en El perseguidor vino el homenaje a Charlie Parker). Y me fui a vivir un año a París convencido de que era la ciudad mágica que aparecía en el libro (y en efecto era una ciudad mágica, pero no exactamente la del libro).
Si yo fuese filólogo hablaría de la estructura desestructurada de la novela, de la no linealidad de los capítulos, ordenados cuasi al azar, que hace que pueda leerse en cualquier dirección, que si del capítulo uno al 72, que si del 72 para atrás, que si primero los pares y luego los impares blablabla. A mí esto me da más bien igual, aunque implica una cualidad que sí me parece interesante: uno puede coger el libro por donde le apetezca y empezar a leer, puede lanzarlo por los aires y leer sólo la página por la que quede abierto cuando caiga, siempre tendrá un sentido. Esto hace que Rayuela no tenga que ser necesariamente el libro que “estás leyendo” (esto es, el típico libro que lees durante una semana por las noches o en cualquier rato libre, que cuando te preguntan qué estás leyendo ahora respondes “pues -aquí el título del libro-“y que cuando lo acabas vuelves a ponerlo en tu estantería, cogiendo polvo y dando a tu cuarto un aspecto de decorado del plató de Sánchez-Dragó), con Rayuela puedes leer un capítulo a la semana, al mes, al año; no importa si no recuerdas el último que leíste y no importa si los lees por orden o no, lo único que importa es disfrutar el capítulo que en cada momento estás leyendo. De este modo uno puede pasarse la vida leyendo Rayuela y no leerla nunca. Amén de que es el libro ideal para ir a cagar porque no se pierde tiempo buscando el capítulo por el que te quedaste la vez anterior.

Pero sobre todo este libro tiene una cosa, y es que a uno cada vez que lo lee le dan ganas de hacer como hacen sus personajes, de vivir la vida con esa extraña alegría melancólica, de vivir jugando a perderse y a encontrarse, a emborracharse y a leer literatura mala, a tentar la casualidad como en un enorme tablero de parchís. Porque al fin y al cabo toda Rayela es un juego y nos presenta la vida como un juego donde todo da igual y todo es maravilloso. Por eso yo creo que el libro transmite un optimismo vital en el que dan ganas de quedarse a vivir, sobre todo en un personaje como la Maga, a la que le pasan tantas cosas tristes y, sin embargo, mira al mundo con ojos de asombro infantil como si cada cosa acabase de ser creada sólo para ella. Si pudiéramos ver una foto de la Maga estoy seguro de que tendría unos ojos grandes, grandísimos. Cortázar nos hace ver cada momento cotidiano como maravilloso e irrepetible, cada acto por nimio que sea (montar en metro, encontrar unas hojas secas en el suelo, subir una escalera...) está definitivamente impregnado de magia, y esa es la lección vital que uno saca de este libro.

Y luego está el rollito posmoderno aquel del Morelli, de la novela dentro de la novela y todo eso, que está bien y tal, pero que si hablo de él ya será otro día.

Younger than yesterday

Después de varias semanas teniendo esto abandonado me he dicho a mí mismo que había que escribir algo, narices, no está bien dejar las cosas a medio empezar.

Supongo que la principal causa de mi pereza a la hora de acercarme al teclado (a parte de mi gandulería congénita hacia todo) es que aún no sé muy bien qué carácter quiero darle a este blog, y no tengo nada claro qué cosas exactamente debo escribir porque resultarán interesantes y qué cosas no. Bueno, tengo muy claro que no quiero que sea una bitácora personal de esas donde la gente cuenta sus miserias cotidianas. La vida del internauta hispanohablante medio ya es bastante patética como para que encima tenga que leer la patética vida de otros internautas hispanohablantes medios. Además irremediablemente esto acabaría evolucionando hacia una minuciosa descripción de mis problemas crónicos de estómago, algo así como: “esta mañana he vomitado y he venido a contártelo, oh lector desocupado, debo añadir el whiskey escocés a la lista de alimentos que no me sientan bien.”
En cualquier caso de lo que sí que me he dado cuenta es de que no debo tener grandes pretensiones para este blog: nadie va a encontrar aquí el sentido de su existencia (si tú pensabas que sí te jodes, sigue buscando) y probablemente nadie va a recalar más de diez minutos ni dará más importancia a lo que escriba. He estado una semana dando vueltas intentando escribir algo parecido al texto de Rayuela que puse el otro día y he acabado dándome cuenta de dos cosas: 1) que no me gusta la parrafada que escribí sobre Rayuela el otro día y 2) que el objetivo principal de esta página es darme gustito a mí mientras escribo y que, por lo tanto, puedo escribir de lo que quiera y, si no sé sobre qué carajo escribir, puedo divagar sin sentido como ahora estoy haciendo.

Y mientras escribo todo esto estoy escuchando la versión de My Back Pagesde Dylan que hicieron los Byrds y me doy cuenta de la belleza que encierra la música. Voces bonitas, instrumentación sólida y sugerente a la vez, un ritmo que va creciendo y una melodía que me da ganas de ponerme a saltar y a cantar. La felicidad cabe en tres minutos. Ahora soy mucho más joven que ayer.

Empezando

Este camino
nadie ya lo recorre
salvo el crepúsculo

Matsuo Basho